Arthur, dentro de la herrería, miraba a la mujer mientras suspiraba profusamente. Confió en el carácter de la dama y respondió con brusquedad.
—Por supuesto que no soy un no-muerto. Verá, esto es parte de una maldición —dijo Arthur.
—Maldición? —preguntó la mujer, frunciendo el ceño.
—Sí —continuó Arthur—. ¿Ves este cuervo en mi hombro? Es un hechizo maldito que me lanzó un Lich en una antigua cripta. Traté de robarle unos libros de hechizos, pero el resultado fueron estos brazos. —Negó con la cabeza, mostrándose abatido.
El aire dentro de la herrería estaba impregnado del olor a carbón, metal y aceite, mientras el crepitar del fuego del horno lanzaba destellos naranjas sobre las paredes ennegrecidas. La mujer miró con atención al cuervo siniestro, que parecía disfrutar del momento, ya los brazos del joven, que sobresalían como huesos blancos.
Finalmente, la mujer se acercó y dijo:
—Entiendo por qué quieres esa armadura de brazos. Si andas por ahí así, cualquiera te confundiría con un esqueleto.
Arthur asintió, mientras el Lich soltaba un graznido gutural, casi como si confirmara la mentira.
—Si es una maldición, quizás deberías ir a la iglesia, joven. Tal vez ellos puedan curarte.
— ¿Dónde está la iglesia? —preguntó Arthur.
—En Month —respondió la mujer—. Aquí no hay.
—¿No hay aquí? —repitió Arthur, sorprendido.
—No —la mujer negó—. Las iglesias suelen estar en la capital de cada reino; no son como el gremio, que tiene sedes en cada pueblo.
—Entiendo… —murmuró Arthur, mientras apartaba la mirada hacia un yunque cercano, donde una espada a medio forjar se enfriaba lentamente.
—Por cierto —dijo la mujer, con una sonrisa que iluminó su rostro curtido—, mi nombre es Clarín. Mucho gusto. —Le tendió la mano.
Arthur estrechó su mano, sintiendo la aspereza de los callos de la herrera.
—Yo soy Arthur Schopenhauer, mucho gusto.
—Bien, vamos a tomar las medidas —dijo Clarin. Con una herramienta metálica, midió con precisión los brazos esqueléticos de Arthur, ajustando la cinta alrededor de los huesos expuestos.
—Bueno, con eso podemos confirmar qué tipo de armadura quieres. —Lo miró con curiosidad, inclinando la cabeza—. Como ves, estos brazos casi no tienen fuerza. ¿No puedes blandir espada?
—No, me gustaría algo para cubrirlos por el momento —respondió Arthur, con un matiz de resignación.
Sacó con cuidado los trozos de escamas de cuarzo del dragón y se los entregó a la mujer. Clarín abrió los ojos con asombro y exclamó, con voz grave:—¡Escamas de cuarzo! ¿Cómo obtuviste esto?
Arthur suspiro, y su voz se tiñó de honestidad:—Estuve en una batalla con un grupo de aventureros en la Mina Lunar, donde apareció un dragón de cuarzo. Esta fue mi recompensa.
—Oh, qué afortunado fuiste de salir con vida —dijo Clarín, impresionada, acariciando las escamas como si contuvieran un poder latente—. Bien, con esto te puedo hacer una armadura para los brazos que se ajusta a ti. Vuelve en dos días y te la tendré lista.
Arthur se despidió, agradecido, y salió de la herrería. La tarde se transformaba en un ocaso dorado, mientras los últimos rayos de sol se filtraban entre los tejados ennegrecidos de Trimbel. El aire estaba impregnado de humo y hollín, y la nieve empezaba a teñirse de gris a medida que caía.
Casi resuelvo el tema de los brazos… Solo me falta saber cómo luchar —pensó Arthur, caminando mientras su aliento formaba nubes blancas frente a su rostro.
Miró de reojo al Lich y preguntó:
—¿Tienes alguna idea de cómo puedo pelear sin mi habilidad?
El Lich graznó con una risa burlona y respondió:
—Como te dije antes, puedes luchar a patadas. Deberías ir a esa tienda de nuevo y ver si tienen algún hechizo que te sirva por el momento.
—Si quieres —añadió con un tono malicioso—, también puedo enseñarte magia de muerte.
Arthur se detuvo en seco, sus botas resonando contra los adoquines.
—¿Qué? ¿No dijiste que solo un no-muerto puede usar energía de muerte?
—Con esos brazos pareces un no-muerto, ¿no? —rió el Lich, agitando sus alas como si la idea le divirtiera—. Ka, ka, ka. Como ahora tienes huesos de muerte por el hechizo que te apliqué, puedes cultivar energía de muerte. —Pero el precio que deberás pagar no te gustará —añadió, con un destello siniestro en los ojos rojos que brillaban como brasas.
— ¿Cuál es el precio por usar energía de muerte? —preguntó Arthur, con un escalofrío recorriéndole la espalda.
—Te convertirás en un no-muerto. Y esos brazos ya no podrán curarse, ni con una poción de nivel legendario, ni con el hechizo más fuerte de la iglesia —sentenció el Lich, su voz resonando como un eco funesto que parecía colarse por las grietas de los muros cercanos, llenando el aire de una tensión helada.
Arthur negó con vehemencia, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
No voy a convertirme en un no muerto.
— Ka, ka, ka, lo sabía. —No querrás —rió el Lich, sus ojos brillando con malicia—. En mi opinión, es lo mejor. Tienes un núcleo de bestia muy poderosa; si logras controlar su maná, serás más fuerte que usando energía de muerte.
—¿Qué es la energía de muerte exactamente? —preguntó Arthur, intrigado y receloso.
—Fácil —dijo el Lich—. Es el conjunto de emociones residuales en el ambiente donde hubo un combate o matanza.
—Por ejemplo, ¿no te preguntaste cómo llegué antes de que aquel tipo te cortara la cabeza? ¿No pensaste que me preocupé por ti y volví a buscarte? Ka, ka, ka.
Realmente pensé que fue eso… —reflexionó Arthur, sintiendo cómo una punzada amarga le recorrió el pecho.
— Entonces ¿cómo supiste que estaba luchando?
El Lich negó con la cabeza, con un brillo divertido en sus ojos oscuros, y respondió:—No sabía que eras tú. Solo sentí la energía de muerte y supe que era una batalla, así que me apresuré para disfrutarla mientras escribía un poema. No te mentiré, me planteé dejarte morir y hacer un gran poema con tus vísceras. Ka, ka, ka.
Arthur apretó los dientes, pero mantuvo la calma.—Entonces… ¿La energía de muerte es como el maná? —preguntó, con el ceño fruncido y un tono receloso.
El Lich dejó de reír y asintió solemnemente.—Sí. Es como el maná, pero corrompido por la muerte y el sufrimiento. Fluye donde hubo dolor y destrucción, se alimenta de emociones, y quienes la controlan pueden moldearla a su voluntad.
—Bueno… —murmuró Arthur, mirando de reojo al cuervo siniestro—. De momento aún tengo opciones. No voy a convertirme en un no-muerto.
Mientras charlaban, llegaron nuevamente a la tienda de hechizos. La puerta se abrió con un tintineo, y el vendedor, al verlos entrar, se mostró sorprendido.
—Joven, ¿en qué le puedo ayudar?
—Necesito algunos hechizos —respondió Arthur, intentando sonar más seguro.
—Pase por aquí, por favor —dijo el vendedor, conduciéndolo hacia una vitrina polvorienta repleta de pergaminos y tomos encuadernados.
— ¿Qué tipo de hechizo busca? —preguntó.
—Algún hechizo de nivel uno que me permite atacar con las piernas.
El joven vendedor sacó un libro y lo abrió con cuidado.
—Mire, aquí están todos los que tenemos de ese tipo.
Arthur hojeó el libro, pasando los dedos por las páginas secas. Ningún hechizo le llamó la atención… hasta que notó uno en particular. Su nombre era Camino Veloz .
No es difícil de aprender, pero tiene una descripción inusual… —pensó.
—¿Puede explicarme más sobre este hechizo? —preguntó al vendedor.
El vendedor asintió, con un tono casi académico.—Este hechizo se llama Camino Veloz. Sirve para infundir elemento viento en las piernas. También se puede usar como base para el hechizo Camino Divino. Como sabrás, joven, los hechizos de nivel superior necesitan una base, y desde esa base se van escalando progresivamente. Este, por ejemplo, es la base, y el más alto de nivel cinco sería Camino Divino.
Arthur reflexionó, sopesando las posibilidades. Finalmente, asintió.—Bien, quiero este.
El hombre buscó el pergamino y se lo entregó a Arthur. Sin más, Arthur se despidió nuevamente y salió de la tienda. La noche caía, envolviendo la ciudad con su oscuro manto. El aire era frío, y el cielo se teñía de un azul profundo. Arthur se dirigió hacia su posada para descansar, prepararse y, al día siguiente, presentarse a la academia y tomar la prueba de inscripción.
El día llegaba a su fin, pero el camino del joven Arthur apenas comenzaba.
Fin del capítulo.