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Chapter 85 - Sombra sobre el coliseo

En una residencia en la ciudad de Month, el líder del Colmillo Azul,Kragon, hojeaba unos documentos sentado en su escritorio. Afuera, la ventisca aullaba sin descanso, pero dentro de la pequeña oficina reinaba una tibieza acogedora; el brasero crepitaba, soltando chispas de tanto en tanto.

Un golpe seco en la puerta lo sacó de su concentración.

Con el ceño apenas fruncido, preguntó:

—¿Quién es?

—Soy yo, mi señor. Traigo los últimos informes.

—Adelante —respondió Kragon.

Un hombre de mediana edad, con el uniforme azul oscuro característico del grupo de mercenarios, entró con paso contenido. Hizo una reverencia y desplegó un pergamino.

Kragon asintió sin levantar la vista. El hombre comenzó su informe con voz tensa.

—El Escuadrón Dos ya envió a los cincuenta niños a las minas. Los más saludables fueron entregados a los esclavistas. Todo va según lo planeado.

Hizo una pausa, tragó saliva con dificultad y sudó ligeramente antes de continuar.

—El Escuadrón Tres se desplegó en Month para obtener información sobre los próximos movimientos de la Calavera Sangrienta y de las Tres Espadas.

El informante bajó la voz.

—Por último… las dos sombras han sido infiltradas en el torneo de admisión de la academia Viento Profundo. Su misión es eliminar al asesino de la joven señorita.

Los papeles en manos de Kragon se arrugaron entre sus dedos. Su mirada se tornó abisal.

—Bien —dijo con los dientes apretados—. Me hubiera gustado hacer sufrir a ese maldito con mis propias manos, pero se oculta tras los muros de la academia.

Levantó la cabeza con una expresión oscura.

—Asegúrate de que esos dos cumplan la misión. Si fallan, mejor que regresen como cadáveres.

Su última frase cayó como plomo, cargada de un aura imponente y siniestra.

El informante tembló ligeramente y se retiró con una reverencia apresurada.

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En el coliseo de la academia, la lluvia golpeaba con fuerza mientras se disputaban los combates de la segunda ronda. Arthur aguardaba su turno con paciencia, observando atentamente cada batalla. Su mentalidad era clara desde que llegó a Lost: si no estaba combatiendo, debía estar aprendiendo.

Sobre la plataforma, una joven de lanza lustrosa se enfrentaba a un espadachín. Tenía la ventaja. En un descuido de su rival, lanzó una estocada precisa que le dio la victoria.

El juez anunció con voz firme:

—El número veinticinco no puede continuar. La ganadora es la número diecisiete.

Ambos bajaron de la plataforma, uno más herido que el otro.

—Adelante, número 50 y78 —llamó el juez.

Una exclamación colectiva surgió del público al ver a los dos combatientes avanzar.

Arthur no fue la excepción. El número 78 era el joven de la familia Mulian, el que usaba el legendario arte de la espada de las Doce Almas.

Su contrincante era un joven alto, de porte noble, con el cabello bien peinado y una vestimenta dorada de seda fina. Llevaba un estoque al cinto.

—¡Genial! —exclamó un espectador—. Estaba esperando volver a ver al Mulian. ¡Espero que el otro dé pelea y no caiga de un golpe!

—No lo subestimes —dijo otro—. El oponente también es fuerte.

—¿Sabes quién es? —preguntó alguien entre la multitud.

Un hombre infló el pecho, como si hubiese estado esperando esa pregunta.

—¡Claro que sí! Y de hecho presencié uno de sus combates.

—¡Dilo ya, por favor! —espetó otro.

El hombre se sonrojó un poco y, con tono orgulloso, respondió:

—Su nombre es Caliron. Es el hijo menor de la familia Lusma, de Trimbel. Una de las casas más ricas e influyentes.

Todos guardaron silencio por un momento. Luego miraron a los combatientes con renovado fervor.

En la plataforma, el numero 50 hizo una elegante reverencia.

—Mi nombre es Caliron. Será un gusto combatir contigo.

—¡Qué educado y guapo! —susurró una joven con ojos brillantes, contagiando a varias otras en las gradas.

Arthur miró la escena y murmuró con un dejo de envidia:

—Parece uno de esos ricachones casanovas…

El joven, el Mulian, entrecerró los ojos y bufó.

—Termina con tu teatro. Solo los tontos creerían tu falsa cortesía. No perderé tiempo contigo.

Desenvainó una espada de más de un metro y medio, ancha, antigua… casi como si fuera una reliquia viviente.

Caliron solo respondió sacando su estoque con elegancia.

En el palco, los profesores cuchicheaban.

—¿Quién es el joven de la familia Mulian? —preguntó el director al profesor Pancel.

Pancel revolvió los papeles.

—Se llama Thoran. No es el más joven, pero sí uno de los más talentosos. Ya domina el arte de la espada de las Doce Almas.

—Maravilloso —rió el director—. Veamos qué tienen preparado el heredero de una leyenda y el prodigio de una familia rica.

En la plataforma, los dos jóvenes se observaban como si el mundo hubiera desaparecido a su alrededor. La tensión se hacía más densa con cada segundo.

La lluvia volvió con fuerza. El viento azotaba.

—¡Comiencen! —tronó el juez.

Caliron fue el primero en moverse. Su rostro cambió de inmediato; la cortesía desapareció, dando paso a una expresión maliciosa.

—¡Toma esto! —gritó activando su habilidad—. ¡Vendaval de carámbanos!

Lanzó una sucesión de estocadas al aire. De su hoja brotaron ráfagas gélidas: seis carámbanos de viento y hielo avanzaron como cuchillas vivas.

Thoran ni parpadeó. Esperó.

Cuando las formaciones estuvieron por alcanzarlo, dio un solo corte. Un viento cortante surgió de su espada y pulverizó los carámbanos, reduciéndolos a neblina.

Luego se agazapó como un tigre. Su maná fluyó hacia sus piernas. Susurró con voz inaudible:

—Paso ligero.

Sus botas brillaron. Un instante después, el público creyó ver un destello pálido —como un reflejo flotante que se disolvía en el viento. Al siguiente parpadeo, Thoran ya estaba frente a su presa.

Caliron no tuvo tiempo de reaccionar. Cuando quiso contraatacar, Thoran ya estaba sobre él.

—Primera alma: Desgarro —susurró Thoran.

Caliron sintió un escalofrío recorrerle la columna. Durante un segundo eterno, creyó escuchar su propia alma gemir, como si ya supiera que iba a ser arrancada.

Un corte. Apenas un destello.

El tiempo pareció detenerse.

Y entonces, sangre.

Un chorro rojo cruzó el aire y tiñó la plataforma. Caliron cayó con una herida que recorría todo su pecho. Su rostro parecía vacío, como si alguien le hubiese robado el alma.

El juez corrió y vertió una poción sobre la herida, que se cerraba con lentitud.

—El ganador es el número 78 —declaró finalmente.

El público estalló en vítores.

Arthur, aún en shock, pensó: Ese número cincuenta era muy fuerte… y aun así, el setenta y ocho lo derrotó con un solo golpe.

La plataforma fue limpiada.

—Adelante, número 2 y número 13.

Arthur se sobresaltó. Era su turno. Se puso de pie con firmeza, avanzando con decisión hacia la arena.

El siguiente combate sería una verdadera prueba para el joven filósofo.

Fin del capítulo.

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