Los pasos provocaban crujidos entre las hojas secas caídas en el suelo. El viento frío del otoño acariciaba la piel blanca de un joven, quien miraba con tranquilidad su camino mientras cargaba un bolso de tela lleno de troncos partidos sobre la espalda y sostenía un hacha en la mano derecha.
El viento sacudía su cabello negro y lo estremecía ligeramente. Dejó salir un gruñido de frustración y exhaló un aliento caliente sobre su mano para calmar la incomodidad de la helada.
—Maldita sea… se supone que es otoño, ¿por qué hace tanto frío? —se quejó Max, ocultando su boca y nariz con el cuello de la campera—. Se me congela el cuerpo…
Luego de un largo trayecto, Max logra visualizar unas casitas con la forma de un caparazón de tortuga, pasó junto a 3 casitas iguales hasta tomar un camino de piedra y llegar a la casa del señor Baldur, la cual se conecta al dojo mediante un patio interno cerrado con paredes.
La puerta de la casa principal se abre y se asoma un niño para ver a Max acercarse.
―Max… ¿necesitas ayuda? ― le pregunta el niño.
Max nota que el niño estaba vestido con un pantalón largo y una manga corta, rematando la situación; estaba descalzo.
―No, metete adentro, Oliver... hace mucho frio, ―le responde su hermano― ¡y abrígate, con un demonio!
Max se acercó a la puerta y dejó el hacha a un lado. Oliver mantuvo la entrada principal abierta mientras le quitaba el bolso de leña de la espalda a su hermano.
—Muchas gracias… —le agradeció Max, observando cómo Oliver dejaba el bolso junto a una estufa a leña.
El joven se quitó la campera, la colgó en un perchero y acercó sus manos a la estufa, mientras sentía cómo el moquillo comenzaba a derretirse en su nariz.
—Han pasado seis años desde que llegamos a la Tierra, y aun así no me adapto al frío de temporada de este planeta… —pensó, mientras sus manos se calentaban con el calor que irradiaba la salamandra.
Oliver caminó por la sala hasta llegar a la cocina, donde encontró a un hombre mayor de pie junto a una olla, revolviendo lo que parecía ser un estofado.
—Señor Baldur, Max ya llegó de buscar leña… —le avisó Oliver, mientras se sentaba a la mesa. Su mirada se fijó en la televisión, donde el protagonista de una caricatura adquiría un nuevo poder para derrotar al villano del momento.
Desde el fondo, se oyó el sonido de una cadena de baño. Una puerta se abrió y un niño salió del baño agarrándose el estómago.
—Dios… me cayó muy mal ese té… —se quejó el niño.
—¿Cómo te puede caer mal un té? —le preguntó Oliver a su primo.
—No fue el té, fue el kilo de azúcar que le agregó al té… —comentó Baldur, sin apartar la vista del estofado―Goten, te dije que controles el azúcar que le pones a tu desayuno.
―pero si lo controlé… le puse 7 cucharadas, antes eran 12…―
―no deja de ser una cantidad exagerada―agrega Oliver.
―cállate, que tú haces lo mismo…― le responde Gouten con una mueca de molestia.
― ¡que mentiroso! ―se defiende Oliver―yo le pongo 2 cucharadas y…
― ¿pueden parar? ―pregunta Max, entrando a la cocina y tomando una manzana del centro de mesa, dándole un mordisco.
Max vio un cuaderno sobre la mesa, lo levantó, revisó unas páginas y frunció el ceño. Sin decir nada, le dio un azote en la cabeza a Gouten.
—¡Ay! —gritó el niño, agarrándose la cabeza—. ¿Y ese trancazo por qué?
—No terminaste la tarea que te dio el señor Baldur…
—¡Las matemáticas son horribles! —se defendió Gouten—. ¿Qué gano con saber multiplicar?
—Payaso… sumas más rápido. A ver, ¿Cuánto es 4+4+4?
Gouten empezó a contar con los dedos.
—Doce… —respondió.
—Oliver… ¿4x3? —preguntó Max, volviendo la mirada hacia su hermano.
Oliver se quedó en un silencio incómodo.
—¿Oliver? —preguntó extrañado Max, al notar la cara de nervios de su hermano.
—Aún no me sé la tabla del cuatro… —respondió Oliver con miedo, cubriéndose la cabeza con los brazos.
—Idiota… ¡si ayer me dijiste la tabla del tres de forma perfecta! A ver, ¿3x4?
—Doce…
—¿4x3?
—Eh… —Oliver dudó, nervioso.
—Tiene que ser una broma…
Baldur ríe por lo bajo y mira a los muchachos.
―y eso que aun no aprendieron a dividir…
― ¿¡hay más aun?! ― se exalta Gouten.
― deben aprender lo básico de la vida cotidiana, par de payasos…
― ¿y tú qué? ¡nunca te vi estudiar matemáticas! ―
―yo vengo con el conocimiento de las matemáticas del planeta terra, pero a mí me educaron a los 4 años, no a los 6…―le reprocha Max a Gouten mientras le tira de la oreja con fuerza. ―y a mi te diriges con respeto, mocoso… soy tu superior… ―
― ¡superior mis calzones! ― le responde Gouten mientras se aguanta el tirón de Oreja.
―ya, deténganse… el almuerzo casi esta…― anuncia Baldur―pongan la mesa…
―pero si desayunamos hace 5 segundos…― menciona Gouten
―” horas”, mocoso estúpido… ― le corrige Max―además de las tablas de multiplicar, ¿hay que enseñarte las diferencias del tiempo?
Gouten le réponde mostrandolé la Lengua.
—¡DOCE…! —gritó Oliver, quien había estado calculando la tabla todo ese tiempo.
—Ay, no puede ser… —bufó Max, golpeándose la cara con la palma de la mano.
—Estamos perdidos… —murmuró Baldur, sirviendo el estofado.
Algo golpeó la puerta repentinamente. Max y Baldur se detuvieron en seco y compartieron una mirada de confusión.
—¿Usted esperaba a alguien?
—Hoy no… —respondió Baldur.
Max caminó hasta la puerta y la abrió sin miedo alguno, encontrándose con tres hombres vestidos con trajes elegantes, que temblaban por el frío.
—¿Está tu abuelo?
—No es mi abuelo —respondió Max con indiferencia.
—¿Tu padre?
—Tampoco…
―bueno, da igual… ¿podemos hablar con el dueño de la casa…?
―ya es la 4ta vez que vienen tipos como ustedes a ofrecer dinero por las tierras del señor Baldur… y ya se les dijo que no… ¿pueden irse?
―pero hoy hay una oferta que no podrá rechazar… ― dice el líder del trio de empresarios, dando un paso para entrar a la casa.
Max con un simple patada, lo alejo unos 5 metros hacia atrás, para después que caiga de espaldas contra el suelo.
― ¿y quién te dio permiso para entrar a la casa, desgraciado?... ― le pregunta con molestia Max―además de molesto, confiado…
― ¿Cómo?... ¡tienes como 15 años! ¿¡cómo puedes ser así de fuerte!? ― pregunta impactado el compañero del hombre caído.
Max estaba por golpearle, pero se detiene para pensar en una respuesta…
― ¡me como mis vegetales! ― grita Max al interior de la casa, dejando que Gouten y Oliver escuchen
― ¡en tus sueños! ― le grita Gouten desde la cocina.
― ¡él está mintiendo! ―Agrega Oliver.
Max vio cómo el hombre de traje sacaba un arma de debajo de su abrigo y le apuntaba directamente.
—¡Entréguenos las escrituras del dojo y no les haremos nada…! —amenazó con voz tensa.
—Por fin se dignan a amenazar… ya aburrían solo ofreciendo más dinero que antes —respondió Max, sin inmutarse.
—¡No lo repetiré! —exclamó el hombre, con el arma firme—. ¡Las escrituras, ahora!
—Qué pesado… —murmuró Max, mirándolo con desprecio—. Dispara esa arma, y verás cómo te va…
Acto seguido, sujetó a los hombres de traje que lo flanqueaban y los lanzó junto al tercero, como si fueran muñecos.
—Los trató como muñecos de trapo… —susurró Oliver, asombrado.
—Sí… “comer vegetales”, mis calzones… —bufó Gouten—. Señor Baldur, ¿por qué Max es tan fuerte? ¿Es por nuestra dependencia?
—Seguramente… —respondió el viejo con calma—. Pero también existen métodos: entrenar, trabajar duro y dar el máximo esfuerzo.
—Sería interesante entrenar… —comentó Oliver—. Ser fuertes como Max… sería lo más cercano a ser un superhéroe de la tele.
Max escuchó la frase y sonrió, animado.
—¡Pues yo seré su maestro! —exclamó contento.
Detrás de él, yacían los cuerpos inconscientes de los tres hombres de traje, provocando desconcierto entre los chicos.
—¿Qué…? ¿Cuándo los noqueó? —preguntó Oliver, confundido.
—¡Solo fueron dos segundos! —gritó Gouten, frustrado—. ¡Creí que por fin iba a ver violencia real hoy!
—¿Y el arma? —interrumpió Baldur con cautela.
Max le mostró un puñado de pedazos de metal.
—Menos mal… —murmuró Baldur, aliviado.
—Vamos, será genial… —les dijo Max a Gouten y a Oliver—. Los entrenaré igual que me entrenaron a mí en el planeta Terra. Serán tan fuertes como yo… y podrán ayudarme con una misión personal que tengo.
—¿Misión personal? —repitieron Oliver y Gouten, interesados pero confundidos.
—¿"Misión personal"? —preguntó Baldur, mirándolo con desconfianza.
—Sí… personal… —respondió Max, evasivo.