La entrega de información sobre Wei Cheng a Dave Norton había sido un movimiento maestro. El FIB, aunque nunca lo admitiría abiertamente, estaba satisfecho. El flujo de dinero ilícito se había ralentizado por un tiempo, y las operaciones de Cheng estaban bajo un escrutinio sin precedentes. Michael había demostrado su valía, y la frágil tregua con el FIB parecía mantenerse.
La vida de Michael se había asentado en una rutina extraña: mañanas de ejercicios y terapias con Friedlander, tardes en la oficina de ByteWare Solutions, supervisando el crecimiento de su legítimo negocio, y noches gestionando las "operaciones" de Trevor Philips Industries, una fachada cada vez más convincente. La familia, sorprendentemente, se había adaptado. Amanda, aunque todavía cautelosa con Trevor, parecía más relajada. Los niños, ajenos a la verdadera magnitud de las actividades de Michael, disfrutaban de una estabilidad y una atención paterna que no habían tenido en años.
Incluso Trevor, con sus habituales explosiones de temperamento, se había vuelto, en cierto modo, predecible. Su empresa de transporte prosperaba bajo el ojo vigilante de Michael, y la abundancia de dinero parecía calmar, aunque no erradicar, su sed de caos. La única señal de fricción venía de Franklin, quien, aunque leal a Michael, a veces se sentía frustrado por la falta de "acción" y la estricta adherencia de Michael a los planes.
"Hombre, Michael, esto de los negocios está bien, pero a veces echo de menos un buen atraco, algo de adrenalina", se quejó Franklin un día, mientras Michael lo llevaba a una reunión de ByteWare.
"La adrenalina llega en su momento, Franklin", respondió Michael. "Pero siempre bajo control. Y el verdadero poder no está en lo que robas, sino en lo que construyes. La influencia, el respeto... eso es lo que dura."
Sin embargo, la paz en Los Santos era una quimera. Una tarde, mientras Michael cenaba con su familia, una noticia de última hora interrumpió la programación de televisión. Las imágenes mostraban una escena de caos: un convoy de seguridad destrozado en una autopista rural, vehículos militares envueltos en llamas, y la mención de que un "activo de alto valor" había sido robado.
"Noticias de última hora: se confirma el asalto a un convoy gubernamental que transportaba un prototipo de arma secreta", decía la presentadora, su voz grave. "Las autoridades aún no han identificado a los responsables, pero fuentes de inteligencia sugieren que el ataque fue ejecutado con una precisión militar y una brutalidad calculada. Se ha declarado el nivel de alerta máximo en todo el estado."
Michael sintió un escalofrío. Esa no era una operación suya. Ni de Trevor, ni de Franklin. La precisión militar, la brutalidad calculada... solo había un grupo en este mundo que operaba de esa manera. Y si estaban robando tecnología militar de alto valor, significaba que estaban de vuelta.
Los hermanos O'Neil.
Pero no eran los mismos paletos de antes. Aquella vez, Michael les había dado una paliza y los había ahuyentado. Este ataque era diferente. Era demasiado sofisticado para ellos. Michael sospechó que no estaban solos. Alguien, o algo, los estaba dirigiendo. Y el objetivo, un arma secreta, sugería un nuevo nivel de amenaza.
Justo en ese momento, su teléfono vibró. Un número desconocido. Michael dudó, luego contestó.
"Michael", la voz al otro lado era profunda y autoritaria, con un acento ruso inconfundible. "Ha pasado mucho tiempo. Parece que tus viejos amigos están de vuelta, y se están metiendo en asuntos... delicados. Necesitamos hablar. Sobre eso y sobre otras cosas. Te espero en mi club de striptease esta noche. Solo. Y no intentes jugarme. Ya sabes quién soy."
La voz era la de Devin Weston. No, no era Weston. Era Steve Haines, el corrupto agente del FIB que, en el guion original, coaccionaba a Michael. Pero el acento... No, era Dimitri Rascalov, el contacto ruso de Weston. Pero la voz se sintió diferente a como la recordaba del juego. Como si el "personaje" de Dimitri también hubiera evolucionado, o como si alguien más estuviera ahora detrás de ese personaje.
Michael se tensó. El robo del arma secreta. Los O'Neil. Y ahora, una llamada que lo arrastraba de nuevo a la red de intriga y peligro que él había intentado controlar. Este no era un problema de dinero, ni de venganza. Esto era una cuestión de poder. Y el mundo de Los Santos, que había intentado domesticar, estaba a punto de recordarle quién mandaba.