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Chapter 4 - Capítulo IV: El Callejón de los Secretos

El profesor Dumbledore los había dejado a ambos bajo el cuidado de una bruja anciana, de cabello gris recogido en un moño severo, que se presentó únicamente como señora Muldoon.Tenía una voz ronca y andaba con un bastón retorcido de madera negra. Iba por delante, sin mirar si los dos la seguían. Lo sabían: era más una escolta que una guía.

Tom Riddle caminaba con pasos medidos. A su lado, Phineas avanzaba en completo silencio, las manos entrelazadas detrás de la espalda, los ojos fijos en todo lo que lo rodeaba.

—Aquí es —dijo la señora Muldoon al llegar a una pared de ladrillos al fondo del Callejón Charing Cross, en un rincón de Londres que parecía olvidado por el tiempo.

Con su bastón, golpeó rítmicamente sobre un ladrillo desgastado.

Uno. Dos. Tres.

Los ladrillos comenzaron a moverse, como si respiraran, hasta formar un arco.Y entonces apareció ante ellos el Callejón Diagon.

Tom se quedó sin palabras.Aunque no lo mostró.

Todo era color, movimiento, ruido, magia. Calderos burbujeantes en escaparates. Lechuzas blancas sobre postes de madera. Niños con túnicas girando entre escaparates. Olores de pociones, cuero y tinta.

Pero no fue eso lo que inquietó a Tom.

Fue ver cómo Phineas no se sorprendía.

Sus ojos grises recorrían todo con calma, sin sobresaltos. Sin emoción.Como si no fuera su primer encuentro con el mundo mágico.Como si lo hubiera estado esperando.

La librería Flourish & Blotts

Entraron a la librería abarrotada. Los estantes llegaban hasta el techo, y un cartel rezaba:

"¡Textos escolares oficiales para primer año! – Autorizados por el Ministerio de Magia"

Tom tomó cada libro con avidez: Mil hierbas mágicas y hongos, Transformaciones para principiantes, Una historia de la magia.Leía fragmentos al azar, memorizando frases.

Pero Phineas no hojeaba. Leía títulos. Observaba secciones. Organizaba mentalmente el saber. Sabía distinguir qué era útil y qué era folclore.

—Tanta palabrería… para decir lo obvio —susurró al pasar junto a Tom, hojeando Defensa Contra las Artes Oscuras: Nivel 1.

Tom sintió que el comentario era un reto.No respondió.Pero su mano apretó el lomo del libro.

Eeylops: la lechuza de Phineas

En la tienda de animales, Tom se sintió desconcertado por la variedad de criaturas. Rechazó una rana que croaba con voces humanas.

Phineas, en cambio, se acercó sin dudar a una jaula al fondo.

Dentro, un ave negra y gris lo miraba con ojos penetrantes: una lechuza Strix nebulosa.Casi parecía un reflejo suyo.

—Toma lo que no hace ruido —le dijo al dependiente, sin molestarse en preguntar el precio.

La señora Muldoon no objetó. Tom notó que no le objetaba nada a Phineas.

Él eligió una lechuza común, parda y silenciosa. Por instinto, no por emoción.

Ollivanders: varitas desde 382 a.C.

El momento más extraño del día llegó con la tienda de varitas.

Un lugar estrecho, con polvo flotando en el aire y estantes de cajas hasta el techo. Una campana sonó al entrar.

—Ah... —murmuró una voz suave desde el fondo—. Ya esperaba esto.

El señor Garrick Ollivander apareció entre sombras, de cabello blanco y ojos pálidos como mercurio.

—Dos nuevos magos. Dos destinos.

Miró primero a Tom. Lo estudió como quien evalúa una hoja antes de escribir una profecía.

Tras varios intentos, Tom tomó una varita de tejo, 34 cm, núcleo de pluma de fénix.

Una ráfaga de aire lo rodeó. Una chispa. Una conexión.

—Curioso... muy curioso —dijo Ollivander

Tom no preguntó nada. No lo necesitaba.Lo que fuera que significara, lo aceptó como presagio.

Phineas lo observaba. Como quien evalúa un truco de feria.Luego, dio un paso al frente.

Ollivander pareció dudar.

—Usted... es complicado. Muy complicado.

Probó tres, cinco, ocho varitas. Todas lo rechazaban.

Hasta que sacó una caja del estante más alto.

—Nogal negro. 32 centímetros. Núcleo de fibra de corazón de dragón. Rígida, intensa... y peligrosa en manos equivocadas.

Phineas la tomó.

Un destello púrpura. Un zumbido sordo.Y luego... silencio absoluto.

El aire mismo pareció calmarse.

—Ah… —susurró Ollivander—. No esperaba menos. Usted… no está hecho para seguir reglas.Esa varita... lo obedecerá, o se romperá.

Phineas no dijo nada.Solo guardó la varita con una leve inclinación de cabeza.

Tom lo observó. Por primera vez sintió algo más allá de molestia.

Peligro.

Al final del día, cuando se subieron al coche encantado que los llevaría de regreso al orfanato, no se dijeron una palabra.

Tom miró por la ventana.Phineas cerró los ojos, como quien ya lo ha visto todo.

Ambos sabían que el próximo paso no sería el tren.

Sería el campo de batalla: Hogwarts.

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