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Chapter 4 - 1: UNA NOCHE IDEAL PARA MORIR

Urdin, Reino de Rohaar

Año 860 de la Era Vampírica

El arma más poderosa de un santo es la voluntad insondable de su alma.

 

Días más tarde...

Llovía como no lo había hecho en meses. Incluso tal vez años.

El filo de la espada atravesó el vientre del ghul y, un segundo después, el pelirrojo la retiró para ir por el siguiente.

Era evidente que el enfrentamiento se estaba complicando; la victoria se les estaba yendo de las manos, del mismo modo que la lluvia resbalaba por la piel de los exterminadores que luchaban por mantenerse con vida. Fue apenas un error de cálculo, una distracción que no debió suceder; ellos eran solo dos y los esbirros del vampiro de plata cerca de siete.

Todo indicaba que el encuentro acabaría mal para los jóvenes santos. Era la primera vez que se enfrentaban a un príncipe nocturno.

Un relámpago centelleó en la distancia.

Pero el vampiro de plata se limitó a observar.

Rune, con un movimiento premeditado, desplazó la espada por el cuello de uno de los escoltas del vampiro de ojos de plata, la sangre contaminada le salpicó la cara mientras la cabeza del ghul rodaba a sus pies. Tuvo que saltar por encima del cadáver para atacar a dos más que se le venían encima. Casi no podía ver con claridad por causa de la lluvia, sin embargo, sus oídos y reflejos estaban agudizados más allá del límite humano. Escuchaba a lo lejos el llanto desconsolado de una madre que había perdido a toda su familia a manos de los despiadados vampiros, pero aun así se aferraba a la vida, al igual que Archer Tyrren, el líder del escuadrón.

—¡Tenemos que irnos! —gritó Archer, su voz ronca bajo el asedio de la lluvia— Ya no me quedan reservas de polvo negro, y el vampiro de plata es demasiado poderoso para nosotros. No tenemos opción de ganar contra él.

¡Vaya suerte!, pensó el pelirrojo. ¿Cómo habían llegado a esto? Se suponía que se enfrentarían a un vampiro de hueso insurrecto, no a un príncipe del acero. A la distancia, el muchacho se percató de que los ojos plateados del vampiro estaban sobre él, estudiándolo.

Un trueno rugió, esta vez, más cerca del punto de batalla.

Rune sabía que Archer tenía razón, no tenían oportunidad de vencerlo, a él también se le había terminado el polvo negro. Sus habilidades potenciadas no permanecerán por más tiempo. Sin embargo, ¿cómo lograrían huir ilesos? Los ghuls continuarían retornando mientras el príncipe vampiro no fuera derrotado. Su cuerpo se movía prácticamente solo ante el ardor que palpitaba en su pecho; el poder del misterioso polvo pronto se extinguiría, pero a pesar de ello seguía desplazándose hacia adelante, desgarrando la piel de las criaturas inmortales que lo atacaban con desenfreno.

—¡Saca a la mujer de aquí! —le gritó Rune a Archer colocándose a su lado y apartándose de la cara algunos mechones rojizos—, Les daré algo de tiempo para que alcancen los caballos.

La mujer se agazapó contra el cuerpo de Archer, aterrada y exhausta.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó el exterminador, desconcertado. Él, en el fondo, sabía que Rune podía volverse muy terco y necio bajo ciertas circunstancias, a tal punto que no dudaba en poner en riesgo su propia vida para salvar a sus compañeros como si ese fuese solo su deber.

¿Ha enloquecido?

Un par de ghuls resistían todos los ataques de los jóvenes exterminadores, cuyas habilidades comenzaban a debilitarse, se movían ágiles y blandían sus enormes garras como si se trataran de filosas dagas de plata. Rune tenía que apresurarse si quería salvar a su líder y a la mujer.

—No te preocupes, te seguiré apenas se me haya apagado la flama —aseguró el muchacho.

Archer dudó. Volteó para ver a la mujer quien parecía no aguantar por mucho más tiempo el combate. Tenía una herida en el abdomen. Percibió su miedo en los ojos, su rabia y otra cosa más… una suerte de siseo. Entonces giró rápido con el filo de la espada que cortó el aire, y con un solo golpe derribó al ghul que se les acercaba por detrás.

Y tras ese movimiento, su flama se apagó.

¡Demonios!, protestó para sí.

Rune se aseguró que Archer y la mujer estuvieran empezando a huir para poder lanzarse con el poco poder que le quedaba en su interior. El poblado donde luchaban estaba bordeado por el bosque, lejos de cualquier metal que el vampiro de plata pudiera manipular. Una buena vía de escape. Así que el joven exterminador no quiso seguir tentando al príncipe a que utilizara su arma, entonces arrojó la espada con un movimiento giratorio a los ghuls que se aproximaban con una fuerza descomunal, cuyas cabezas salieron volando por el aire luego de que el filo del arma rebanara sus cuellos.

Los muchachos aprovecharon la oportunidad para escapar. La mujer y Archer subieron a uno de los caballos mientras Rune corría hacia el otro.

Del interior de una de las casas, sin que nadie advirtiera su presencia, surgió un nuevo vampiro.

Y antes de que el exterminador se montara en su caballo, el ser de las sombras, que tomó a Rune completamente desprevenido, le asestó un fuerte golpe en la cabeza que lo derribó al suelo. Inconsciente, cayó sobre un charco. El vampiro, sin ser visto por el otro exterminador, tomó al muchacho y se lo llevó.

El príncipe vampiro también desapareció.

La mujer notó la falta de Rune poco después de haber salido del pueblo. Retrocedieron, pero al llegar al lugar donde se produjo el enfrentamiento, solo encontraron su espada llena de sangre de ghul enterrada en el suelo. Él no estaba, y tampoco se podía percibir el rastro de su flama.

Era demasiado tarde.

Archer sintió que el pecho se le apretaba; buscó la esencia de Rune en el aire, cualquier indicio que indicara su posición. Fue en vano, no quedaba nada qué rastrear. Se agarró la cabeza y gritó. Había perdido al hijo de Frank Klein. El único legado que le habían dejado los vampiros. De pronto las piernas no podían soportar su peso. Las fuerzas lo abandonaron y cayó de rodillas sobre el asfalto mojado.

Otro santo en menos de una semana…

La mujer se sujetó el vientre, en un intento por parar el sangrado y gritó el nombre del joven santo. No sabía qué hacer para ayudar, no podía dejar que se lo llevaran; ¡le salvó la vida! Los vampiros no tomaban prisioneros, ella lo sabía. Nadie que fuera llevado hasta los dominios del Señor del Acero regresaba jamás. Al menos no vivo. Aun así, llamó hasta que la voz se le quebró y su herida le advirtió que debía reservar energías. Impotente y adolorida, se volvió hacia Archer quien se había puesto de pie y contemplaba el cielo gris. Su rostro estaba tan tenso como una piedra. Tal vez buscaba la manera de apaciguar su ira. Luego bajó la cabeza y miró a la preocupada mujer.

—¡Larguémonos de aquí! —exclamó con rabia—, tenemos que informar a los Maestros Santos de lo ocurrido.

—¡Pero no podemos dejarlo! —sollozó ella—. Si los vampiros se lo llevan a sus tierras… nunca regresará.

—No podemos hacer nada ahora, debemos idear un plan para rescatarlo. Si Rune sigue vivo lo encontraremos, su padre no se permitirá perder a su último hijo. Yo no lo voy a permitir.

Archer quería creer desesperadamente en sus palabras, tenía que convencerse de que todavía se podía hacer algo por Rune. Un nudo en la garganta le hacía difícil respirar, y su mente trabajaba a toda prisa, haciéndole casi imposible pensar con claridad. Él era el líder de la segunda división, tenía que protegerlo hasta el final, incluso si eso significaba invadir el Imperio del Acero. ¿Cómo pudo permitir que eso sucediera? Él debió haber estado en su lugar. Tomó la espada del joven santo del asfalto, se dio la vuelta y ayudó a la mujer a subir a su caballo negro. Permaneció un instante indeciso, no quería irse, quería seguir buscando. Pero en sus condiciones (sin reposiciones de polvo negro) no lograría nada. Los vampiros lo matarían. Con la derrota en sus ojos y exhausto, caminó hacia el otro caballo que aguardaba junto a su equino sombrío.

Y se marcharon.

 ***

Para Archer, la pérdida no era nada nuevo, se les entraba para ello, y de alguna forma, estaba acostumbrado. Rune solo era uno de tantos otros que fueron arrebatados por los vampiros; aun así, el viento frío y las gotas de lluvia que golpeaban su cara eran igual a mil agujas envenenadas que le atravesaban la piel a modo de castigo. Cada cierto tiempo, hasta el más duro de los santos podían derrumbarse. Había vivido casi toda su vida con él. Crecieron juntos, se convirtieron en un santos al mismo tiempo y ahora se han ido. Le dolía el corazón, más de lo que podía soportar, ya que por más que intentara ocultarlo, el amor que sentía por Rune lo consumiría. Lo amaba, no había manera de negarlo. Lo protegía de todo y de todos, aunque eso también incluyera a su familia. Los Klein no eran como los demás clanes. En ellos predominaba el honor y la disciplina. Y su fe por el Dios Ashém estaba por encima de todo.

El líder de la división élite volvió su rostro hacia el caballo que lo seguía y vio a la única sobreviviente de la masacre tras de sí. Estaba seguro de que bajo su máscara de entereza, la mujer lloraba a sus seres queridos. Un hijo, un esposo…, eso lo llenó de odio. Y en su ira interna, le vino a la mente el rostro del príncipe vampiro. Tan indiferente y altivo. Tan orgulloso. Aumentó la velocidad para acallar en el rugido del viento la furia de su propia alma.

Después de varios kilómetros de recorrido por el sendero que atravesaba el bosque, se detuvo frente a la gran puerta de piedra de la muralla que protegía la ciudad de Sant Filix, la más cercana a la frontera enemiga. El guardia nocturno abrió el fortificado portón cuando vio los caballos. Archer lo saludó con un gesto silencioso para luego cabalgar calle arriba hacia el centro de la ciudad.

La mujer lo siguió.

Archer no quería ver al padre de Rune, el dolor de haber perdido a su hijo lo enfureció, era como un recordatorio de su propia incompetencia. Salió de la calle principal y torció en una esquina, para luego subir por otra calle más estrecha. Fuera de un lúgubre edificio, abandonaron los caballos en la amplia entrada y, con pasos rápidos se dirigieron hacia el interior de la extraña construcción. Los pasillos apenas alumbrados por escasa luz, describían un camino solitario y frío, despojado de adornos. A esa hora la mayoría dormía, excepto algunos santos de cuarta ordenanza que realizaban el patrullaje de rutina. Siguieron caminando por los laberínticos corredores hasta que se detuvieron frente a la oficina donde el Maestro Santo Koran estaría aguardando, sin duda, el reporte de la misión.

La mujer se paró detrás del exterminador. Silenciosa como una sombra, una que se desangraba lentamente.

Archer tocó la sólida puerta de piedra y deslizó su mano por la superficie lisa, generando una suerte de silbido. Una voz grave del otro lado lo invitó a pasar. Se estremeció antes de entrar.

El Maestro Santo era un hombre cerca de los ciento veinte años de vida, de aspecto recto y ojos verdosos (antinaturales debido a una especie de aureola negra pincelada alrededor de las pupilas), que conservaban siempre una expresión severa y apática. Toda su vida la había dedicado al exterminio de los príncipes vampiros y según se decía, perdió a su clan familiar durante su juventud a manos del mismísimo Señor del Acero.

Cuando Archer entró, el Maestro Santo devolvía a su lugar algunos libros en una amplia estantería. La habitación era una bóveda de sólida piedra negruzca, la cual aislaba el sonido torrencial de la lluvia del exterior.

Archer, primero posó en el anciano sus ojos abatidos y luego negó con la cabeza. El Maestro Santo supo entonces que la misión no había ido bien. Pero el santo más joven, reunió fuerzas y habló:

—Un grupo de ghuls descontrolados se había dedicado a matar indiscriminadamente durante los últimos meses, sin respetar el nuevo tratado que obligaba a los vampiros a solo cazar en sus tierras. Los Santos Exterminadores, hace apenas unas semanas, nos dio la orden de detenerlos, ya que se presumía que había vampiros de hueso involucrados. —Koran se volvió y clavó su mirada rígida en Archer—. Planificamos hacerlo antes de que los ghuls o el vampiro en cuestión se alimentara, cuando aún estuviera débil y no pudiera usar sus habilidades. Los estuvimos vigilando por días y sabíamos a qué hora saldrían a cazar. En teoría, parecía una misión relativamente sencilla y decidimos llevarla a cabo esta noche…

—¿Pero? —musitó Koran, alzando una ceja del color de la leche desnatada—. ¿Quién es la mujer?

Archer suspiró.

—La única sobreviviente que pudimos rescatar. Necesita atención médica, está herida.

Koran levantó la mirada y buscó detrás de la temblorosa mujer a los demás exterminadores. Pero solo halló penumbra.

—Ya veo… ¿Otro vampiro, uno que no estuviera en su radar se unió al festín? ¿O tal vez los traicionaron? —reflexionó el Maestro Santo, acariciando su afilado mentón—. Además, hemos perdido a Rune Klein. Si el muchacho está en las tierras del Señor del Acero, no hay mucho que podamos hacer por ahora. Has tomado una mala decisión, y las malas decisiones traen consecuencias, con las que se deben cargar para bien o para mal. Ya está hecho, que sea la voluntad de nuestro señor Ashém lo que ocurra con el muchacho en el Imperio.

—¡Pero tenemos que actuar lo más rápido posible, recuperarlo de alguna manera! Quizá intentar hacer un trato, ¿no lo parece, Maestro Santo? —dijo Archer con voz apresurada.

Koran se le acercó y posó una mano huesuda en el hombro de él, presionando un poco. A pesar de su edad, poseía una fuerza extraordinaria.

Archer hizo una mueca de dolor.

—Rune es muy valioso, sí, como cualquiera de los santos de esta academia, sin embargo, en este momento no creo que un trato sea muy conveniente. Sabes lo complicado que fue conseguir cincuenta años de relativa paz entre ambas especies. Y si no fuera porque aprendimos a dominar sus habilidades y opusimos resistencia, en este momento ya nos habrían eliminado a todos. Más bien, debemos averiguar si alguno de tu división los ha traicionado. Si el joven Klein está vivo deberá arreglárselas para escapar de las garras de los vampiros. Por otro lado, todavía no hemos conseguido siquiera eliminar a uno de los cuatro príncipes vampiros. Si el muchacho, por alguna razón inexplicable, aún no ha muerto, debe estar en manos de cualquiera de los príncipes. Rescatarlo no es una muy buena idea dadas las condiciones desfavorables.

Archer no pudo evitar sentirse defraudado, impotente. ¿Qué podía hacer sin la ayuda de los santos? Los príncipes vampiros eran todos absolutamente diferentes, impredecibles a ojos de cualquier Maestro Santo. Letales si se trataba de sus habilidades heredadas de su creador, el Señor del Acero. A Archer no le importaba lo de la filtración de la información, de hecho, sabía que había ocurrido. En ese instante, su única preocupación era rescatar a Rune antes de que su padre se enterara de su secuestro.

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