Iba caminando junto a Lucius e Isolde, lista para el examen de admisión. No era un paso sencillo, pero lo había aceptado. Sin embargo, antes de siquiera cruzar la puerta, una de las encargadas se me acercó con una expresión que no admitía réplica.
—Su alteza, por aquí, por favor —dijo la secretaria con formalidad, abriendo una puerta al final del pasillo.
—Gracias —respondí con educación. Crucé el umbral sin saber qué me esperaba.
Allí estaba mi padre, de pie frente a una gran ventana, con Elías a su lado. Ambos irradiaban autoridad. No debían estar aquí. No ahora. Él debía estar en el castillo, supervisando la organización del Día de la Gracia Suprema. Aunque faltaban meses, cada preparación debía comenzar con antelación. Su presencia aquí solo podía significar una cosa: había decidido algo sin mí. Otra vez.
En el fondo de la sala, tras un escritorio, un hombre desconocido leía un periódico. No conocía su rostro, pero su presencia era tan marcada como la de los otros dos. No era un acompañante ordinario; se notaba por su postura relajada y el físico entrenado. No necesitaba levantar la voz para imponer respeto.
—Llegaste, Alicia —dijo mi padre sin mirar atrás—. Siéntate. Hay algo que discutir.
Tomé asiento en una silla junto a la pared, manteniéndome erguida. Era evidente que no estaba allí por mi voluntad.
—¿No deberías estar en el castillo? Hay asuntos más urgentes que tratar —dije con serenidad.
—Esto no afectará la organización del evento. Es algo que decidí cuando supe que habías regresado. Considera esto tu castigo —declaró, girándose hacia mí.
—¿Castigo? —La palabra me pareció absurda. Estaba confundida, y no lo oculté.
Él se acercó al escritorio, colocándose detrás del desconocido—. Te presento a Frederic D'Amico, el director de la academia.
El hombre dejó a un lado el periódico y me miró directamente. Cabello verde oscuro, ojos rojos como los míos y los de padre. Su expresión era serena, pero sus rasgos fríos revelaban firmeza. No era alguien que buscara simpatía, pero tampoco se ocultaba.
—¿Así que tú eres la princesa? Has crecido bastante desde la última vez que te vi —comentó con una sonrisa, subiendo los pies al escritorio.
Despreocupado. Casi insolente.
—Fred —intervino Elías, empujándole los pies hacia el suelo—. Este asunto es serio.
—Sí, sí… Ya lo entendí —dijo, rodando los ojos—. Entonces, ¿quieres que ella sea presidenta del consejo estudiantil? Eso es fácil. Pero…
—¿Qué? —Mi voz se alzó sin quererlo. Me puse de pie—. ¿Presidenta?
—¿Puedes hacerlo? —preguntó mi padre a Frederic con voz seca—. No me interesa el examen de admisión. Quiero que Alicia asuma un cargo de responsabilidad desde el inicio. Ella estará de acuerdo. ¿No es así?
Me miró. Esa mirada no buscaba aprobación. Era una orden disfrazada de pregunta. Y por primera vez, me asustó.
—S-sí —respondí, con un hilo de voz. El miedo se manifestó como una presión en el pecho. No por el cargo… sino por la forma en que él me lo impuso.
—Presidenta no será posible —aclaró Frederic con un encogimiento de hombros—. Ese puesto ya está ocupado. Lo único que puedo ofrecer es la vicepresidencia. Es lo máximo que la institución permite.
Mi padre se quedó en silencio. Su mirada volvió a posarse en el paisaje tras la ventana. Frunció el ceño.
—Está bien. Mientras tenga suficiente carga, no me importa el título.
—¡Espera! —interrumpí—. ¿Qué significa esto? ¿Por qué no se me preguntó nada? ¿Por qué decidir sobre mí de esta forma?
Mi voz no tembló. No esta vez. Ya no era una niña. Pero la respuesta no llegó. No de inmediato.
—Te lo dije. Este será tu castigo por haber regresado antes de tiempo —dijo mi padre sin vacilar—. Lo aceptes o no, ahora tendré que ser más estricto contigo.
—¡Pero...!
Mi voz se quebró antes de terminar. Él me miró de frente. No con enojo, sino con una frialdad impenetrable. No iba a discutir. No había espacio para la razón. La decisión ya estaba tomada, y eso pesaba más que cualquier argumento.
—Vaya... usted sí que es duro —intervino Frederic con una media sonrisa, aligerando un poco la tensión—. Me va a costar acostumbrarme a este lado suyo, su majestad.
—No será necesario. Es solo temporal —respondió mi padre sin mirarlo.
—Jajaja... eso espero. Bueno, yo me encargaré de esto —dijo Frederic, dirigiéndose a mí—. Alicia, puedes retirarte. Su majestad, necesito discutir algo con usted en privado.
—¿En qué te ayudo?
Salí de la sala con una sensación de vacío en el pecho. El pasillo me pareció más largo de lo normal. La secretaria me esperaba frente a la puerta.
—¿Está bien, princesa? —preguntó con un tono amable, pero con la mirada preocupada.
—¿Eh? Sí. Solo estoy… un poco en shock —respondí, mirando mis manos, que no dejaban de moverse entre sí.
—¿Sucedió algo?
—Puede decirse que sí, pero no es importante.
—Entiendo. No preguntaré más. ¿Desea que la lleve al campo de entrenamiento para el examen?
—Gracias, pero no será necesario. Necesito ir a casa. Necesito pensar.
—Oh... —respondió ella, decepcionada—. Bien, entonces la acompañaré a la salida.
—No. De verdad, gracias. Has sido muy amable, pero prefiero estar sola un momento.
—Entiendo. Nos vemos, princesa.
—Sí...
Comencé a caminar sin rumbo fijo. Pasé salones que no reconocía, corredores que parecían extenderse eternamente. Durante un instante, pensé que me había perdido. Todo me resultaba ajeno. Hasta que, por error, llegué al campo de entrenamiento.
Allí estaba Lucius, enfrascado en combate. Su técnica era firme, pero no exenta de dificultad. Seguramente era parte del examen.
No podía intervenir. Solo observar.
Pensé en lo que me acababan de imponer. Vicepresidenta. Un título que no busqué ni gané. Sonaba más a trampa que a mérito, aunque no podía negar que me daba ventaja. Pero esa ventaja era un peso, no un privilegio. Aún más, implicaba que tendría menos tiempo con Lucius.
¿Por qué eso me preocupaba tanto?
No. No era normal. Algo se estaba gestando dentro de mí. Algo que no quería enfrentar. Lo sabía. Pero me aferraba a la ignorancia, como si al no nombrarlo pudiera mantenerlo a raya. No por mucho tiempo.
Seguí caminando, esta vez con dirección clara: casa. Necesitaba procesar todo.
El cargo sin esfuerzo, la presión política, el consejo estudiantil... ni siquiera conocía a sus miembros. ¿Serían nobles? ¿Personas moldeadas por el estatus como yo? ¿Cómo me verían? ¿Qué pensarían de mí?
¿Y Lucius… qué pensaría él?
No era que me olvidara de Isolde. Su presencia era importante. Pero Lucius… él me entendía de un modo que nadie más lo hacía.
Suspiré. No podía evitarlo. Era la única forma de soltar parte del peso.
Seguí caminando. Y no miré atrás.