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Chapter 66 - El rugido de Kragon y la sombra del legendario adamantita

En una lujosa mansión de la ciudad de Month, un hombre grande y robusto azotaba a varios semihumanos. Los sonidos del látigo eran estridentes, resonaban por toda la cámara de piedra. Cada vez que el cuero hacía contacto con la carne ensangrentada y agrietada, el chasquido era seco, brutal. Con lágrimas y súplicas, las personas se arrodillaban, mientras sus espaldas crujían bajo los golpes.

—¡Malditos semihumanos! —gritó el hombre, con la saña marcada en su rostro.

Un hombre vestido como mayordomo lo observó y, con respeto contenido, le dijo:

—Mi señor, sé que estas ratas merecen el castigo, pero no debería excederse hasta matarlos... Aún pueden ser útiles.

El hombre lo miró furioso, su mirada cargada de desprecio.

—¿Me estás diciendo lo que debo hacer?

—No, mi señor —respondió el mayordomo, arrodillándose y bajando la cabeza. Solo es un recordatorio... El que pone las reglas y tiene la última palabra es usted, mi señor.

—Bien... los dejaré por hoy. Llévalos a las cloacas y enciérralos sin comida.

—Sí, mi señor.

Antes de irse, el hombre lanzó otro latigazo, haciendo que la sangre salpicara el piso. Dejó a los semihumanos moribundos atrás y se alejó, subiendo unas escaleras de piedra. Al parecer, estaban en un subterráneo oscuro, cuyas paredes rezumaban humedad y desesperanza.

Arriba, al final de las escaleras, había una pesada puerta de hierro. Con un simple empujón, la puerta se abrió. Caminó por un pasillo lujosamente decorado, con estampados dorados de caballos en las paredes y grandes candelabros de cristal que iluminaban el lugar con una calidez engañosa.

Llegó a un salón amplio e igualmente lujoso, con una pequeña mesa y dos sillones hechos de piel fina de bestias. Se sentó pesadamente y tomó unos papeles que le trajo una sirvienta, mientras otra le servía una taza de té.

De repente, se escucharon pasos al otro lado de una pequeña puerta en un costado del salón.

—Mi señor, traigo un informe —dijo alguien tras la puerta.

—Adelante —respondió el hombre grande, sin apartar la mirada de los papeles.

Un joven de unos veinte años entró temeroso. Se detuvo cerca de la entrada, se arrodilló y, con un pequeño tartamudeo, dijo:

—Mi... mi señor Kragon. Nos acaba de llegar un informe de la gente que enviamos a investigar a los cinco hombres con los que perdimos contacto hace tres días...

Kragon lo miró con una mezcla de irritación y expectación. El joven tragó saliva y continuó:

—Al parecer, sufrieron una dura batalla... y nadie salió vivo.

Kragon frunció el ceño, sorprendido.

—¿Contra quién pelearon? Si no recuerdo mal, según los informes, en el pueblo solo había dos aventureros de rango adamantita. ¿Fue alguno de ellos?

El joven negó con la cabeza, cabizbajo.

—No, mi señor. Al investigar, descubrimos que esos dos aventureros más fuertes aún estaban en el pueblo cuando sucedió todo. Al parecer... fue ese joven, el que tuvo algo que ver con la muerte de la señorita Saline.

Crack.

El sonido de la taza al romperse llenó la habitación. El líquido hirviendo se derramó sobre la mano del hombre, pero él ni se inmutó. Miró al joven con ojos llenos de odio.

—¿Me estás diciendo que ese maldito mocoso asesinó a cinco de mis hombres... y sigue respirando por ahí afuera?

—E-es la conclusión a la que llegaron los expertos en inteligencia.

Kragon respiró pesadamente, y con voz grave preguntó:

—¿Qué escuadrón estaba a cargo de emboscarlo?

—El escuadrón cinco, mi señor.

—¿Milton...? ¿Me estás diciendo que ese mocoso de rango plata asesinó a Milton? ¿Quién más estaba con él?

—Según la información que se obtuvo del pueblo... el joven salió solo rumbo a Trimbel.

Kragon se levantó de golpe y rugió con tal furia que el suelo tembló. Restos de cerámica salieron volando por toda la sala; algunas piezas rozaron a las sirvientas cercanas, pero estas no se movieron. Aunque pequeños cortes surcaban sus pieles, sabían lo cruel que podía ser su amo cuando se enojaba, y preferían soportar el dolor antes que provocar su ira.

—¡Ese maldito mocoso ya debe estar en Trimbel! Si se une a la academia, no podremos hacerle nada dentro de la ciudad... —bufó, mordiéndose los labios de ira—. Envía gente para vigilarlo allí. Esperen el momento en que salga... y díganles que la próxima vez daré una jugosa recompensa a quien me lo traiga con vida. ¡Pagará por haber asesinado a mi querida Saline! ¡Le haré sufrir un infierno en vida!

Arthur no tenía idea del odio que había despertado en el líder del Colmillo Azul.

Mientras tanto, él ya había entrado a la ciudad. Tuvo que pagar una tarifa de entrada de una moneda de oro. El Lich, por su parte, simplemente voló sobre la muralla y se coló. Arthur caminaba temeroso de que alguien notara sus brazos esqueléticos y empezara a gritar "¡Un no-muerto!".

Se apresuró hacia el gremio, decidido a comprar una poción regenerativa. Costaba alrededor de cincuenta monedas de oro: una fortuna, pero capaz de regenerar cualquier extremidad perdida.

Mientras avanzaba, quedó impresionado por la magnitud de la ciudad: calles anchas de piedra de más de diez metros, faroles de cristal de maná que se encendían durante la noche, tiendas y casas lujosas de mármol y caliza, adornadas con cerámica fina, pasajes, pequeños jardines, fuentes donde las aves bebían agua. La gente vestía ropa elegante, exhibiendo espadas lustrosas, joyas y amuletos mágicos.

Esto no se parece en nada a lo que he visto hasta ahora... pensó Arthur, maravillado y un poco intimidado.

El gremio no estaba lejos de la entrada. Al llegar, vio a muchos aventureros reunidos afuera: algunos buscaban compañeros para salir de misión, otros simplemente charlaban animadamente. No se sorprendió al no ver monturas; por lo que había leído, las bestias solo podían mantenerse en los corrales, y solo unos pocos privilegiados tenían permitido montar por la ciudad.

Al entrar al gremio, Arthur quedó maravillado. Era gigantesco y estaba repleto de gente, como esos juegos donde uno elige su avatar. La diversidad de criaturas y razas superaba con creces lo que había visto en Lacos y los demás pueblos: hombres pez, hombres lagarto, mujeres con colas, algunas con alas como ángeles.

Este es el mundo de fantasía que siempre imaginé... pensó, mientras sus ojos brillaban de emoción.

Se acercó al mostrador, pero había una larga fila. Resignado, se quedó esperando. En ese momento, alguien entró por la gran puerta del gremio.

El aire pareció hacerse más denso de repente, y un silencio reverencial se extendió entre los presentes. Todos se apartaron para dejarle paso.

Arthur también lo notó: un hombre avanzaba lentamente hacia el mostrador. Cada paso suyo parecía sacudir el aire mismo, como si su sola presencia impusiera un peso invisible. Llevaba a la espalda una espada enorme y un escudo imponente, armas que parecían forjadas por dioses, rebosando un aura de poder que electrizaba el ambiente. Su armadura de cuerpo completo era de un negro brillante, como obsidiana viva, y el casco, tallado con la forma de un dragón, parecía amenazar con rugir. Nadie osaba interponerse en su camino, y Arthur, como todos los presentes, solo pudo apartarse, conteniendo el aliento ante la llegada de una auténtica leyenda.

Un murmullo bajo recorrió el lugar.

—Mira... no pensé que viviría para verlo...

—¿Quién es? —susurró alguien más.

—¿No sabes quién es? ¿Acaso vives en una cueva? —replicó otro.

El curioso negó torpemente.

—Te lo diré: él es Black Laos, el aventurero adamantita más fuerte del reino.

—¿Qué? —exclamó, con los ojos desorbitados.

Arthur, que escuchó la conversación, sintió un escalofrío mientras observaba cómo aquel hombre se acercaba lentamente al mostrador.

¿Quién hubiera imaginado que en mi primer día en Trimbel conocería a una leyenda?

Parece que el destino me tiene preparadas muchas cosas interesantes... pensó Arthur, con el corazón latiéndole con fuerza.

Fin del capítulo.

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