SELENE.
Dispare.
El hombre simplemente cayo al suelo sin vida claramente.
—Sele, la base fue destruida en su totalidad—. Informo Jackal por el comunicador.
—Las dos maquinas fueron destruidas, no dejamos rastro de ellas, —dijo Camila llegando a mí lado.
—Hexa —dije—. Todo listo, entre a su base de datos, revise todo y si. Dante, April y Stitch también estaban en la lista de objetivos ademas de Leto—. Confirmo con su voz tranquila pero al mismo tiempo dolida.
—Así que Leto solo era la mecha y los demás eran el detonante —Cherry llego a mi derecha. Su rostro impasible y sin emoción.
—V.I.D.A. Nos retiramos, tenemos lo que queríamos —ordene por el canal abierto.
April y Cherry me seguían de cerca mientras la base de I.F.L.O. que acabábamos de atacar ardía hasta las cenizas.
El comunicador sonó de nuevo con la voz de Hexa diciendo—: Dante, Stitch e Iván informaron que no han encontrado nada en las zonas en esta semana de búsqueda y piden ordenes de como proseguir.
Me detuve un momento, mirando el cielo nublado, como nuestras mentes ahora mismo, una semana ha pasado desde que perdimos rastro de Leto, ellos tres se habían quedado atrás para seguir con la búsqueda de Leto, pero sin éxito alguno, ellos tres no pierden la esperanza y nosotros tampoco. Pero no nos queremos envenenar con algo que puede no ocurrir.
—Diles que la decisión es suya, que hagan lo que crear conveniente —respondí finalmente, apagando mi comunicador y quitándome el aparato del oído.
Antes de volver a caminar mire a Cherry y le dije—: informa a la central que uno de los nuestros esta perdido en acción y que realicen el código violeta.
La mirada de Cherry no cambió cuando escuchó mis palabras. Solo asintió con la cabeza, sacando su propio comunicador para enviar el informe de inmediato. Sabía que no necesitaba repetir nada. Cada miembro de V.I.D.A. entendía el peso de esas palabras. "Código violeta" no era algo que se usara a la ligera.
Spectro no solo era un soldado. Era uno de los mejores. Entrenado, letal, disciplinado. Pero también era uno de los nuestros. Y ahora estaba perdido en un territorio que podría volverse más hostil con cada segundo que pasaba.
Camila caminaba a mi lado en silencio, su rifle colgando en su espalda como si pesara más que antes. Todos estábamos cansados. El fuego detrás de nosotros, las ruinas, el humo... nada de eso se comparaba con el vacío que nos dejaba no saber qué había sido de él.
—¿Crees que aún esté con vida? —murmuró April sin mirarme, como si temiera que la respuesta quebrara algo dentro de ella.
—No lo sé,—admití. —Pero mientras no tengamos su cuerpo… no lo vamos a dar por muerto.
Cherry terminó de enviar el informe y giró hacia mí, su voz baja pero firme—: Código Violeta activado. Su expediente ha sido bloqueado, toda información personal y misional ha sido archivada fuera de línea. Solo el Consejo puede acceder ahora.
Asentí lentamente, sabiendo lo que eso significaba. El sistema se encargaba de todo: desde borrar registros digitales, cortar vínculos de red, hasta cambiar las señales biométricas y huellas de identificación si era necesario. Spectro, como nombre, rostro y rastro, dejaba de existir para el mundo… al menos, hasta que él decidiera volver.
—Así nos aseguramos de que, si lo tienen... no obtendrán nada de él, —añadió Cherry, con ese tono que siempre usaba cuando hablaba de cosas que sabía demasiado bien.
Camila apretó el puño. —Y si sigue vivo… podrá volver. Y tener una nueva identidad si lo necesita. Como siempre ha sido el protocolo.
—Ningún miembro de V.I.D.A. cae en manos del enemigo con el expediente activo,— recordé en voz alta, como si decirlo nos diera un poco más de control en este caos.
Sabía lo que esto significaba para todos nosotros. Leto ya no estaba bajo nuestro radar. Si alguien fuera de la organización lo encontraba, no habría manera de rastrear de dónde venía ni a quién pertenecía. Se había convertido en un fantasma. Un soldado sin pasado. Un nombre borrado en el sistema.
Pero nosotros no lo habíamos olvidado.
No lo íbamos a olvidar.
No hasta encontrarlo.
—Movámonos. La zona no es segura y ya no tenemos más que hacer aquí. Que la base arda.
El cielo seguía gris. El humo se confundía con las nubes. Pero en medio del humo, el nombre de Spectro seguía ardiendo entre nosotros.
ACTUALIZACIÓN DE EXPEDIENTE — CLASIFICACIÓN: CONFIDENCIAL
Nombre en clave: Leonardo "Spectro"
Última localización confirmada: Región montañosa cercana a la frontera entre Laos y Vietnam
Estado actual: Perdido en acción
Prioridad de búsqueda: Alta
Protocolo de seguridad activado: Código Violeta
Todos los registros asociados han sido ocultos, redirigidos o eliminados del sistema principal. El acceso queda restringido únicamente al Consejo Directivo de V.I.D.A. hasta nueva orden.
—¡Vámonos!— ordené a todos, levantando la mano con firmeza.
Uno a uno, los cientos de soldados bajo mi mando comenzaron a moverse sin emitir una palabra. Como siempre. Precisión, silencio, disciplina. Somos sombras incluso bajo el sol.
—Por esto te pregunté si de verdad querías seguir aquí... murmuré para mí misma, más que para ellos. Tal vez solo el viento me escuchó.
Toqué el comunicador con dos dedos y susurré:
—Hexa, en diez... haz llover.
—Recibido, Moonshade.
***
LEONARDO.
—Mierda —dije tocandome las jodidas costillas rotas.
—Te adverti chico, iba a doler —me dijo la enfermera que se presento como Lucía.
—Dejame en paz mujer, no es la primera vez que tengo este tipo de dolor.
Lucía me miro de reojo mientras me ayudaba a recostarme en la cama, mi cuerpo era plomo con barro y una maldita tonelada de acero sobre mi, cualquier movimiento era una tortura que no quiero repetir.
—¿Como demonios te hiciste todo eso? —pregunto un tanto seria y curosa.
Bufé mirandola, —bueno, cuando eres un mercenario solitario que rara vez trabajas con otros, los trabajos suelen ser dificiles y terminar muy herido. Como tu servidor aquí—dije soltandole una sonrisa dolida.
—Los miltares dijeron que traeran mas soldados a este lugar, ya que si tu legaste aqui, de quien sabe donde, significan problemas para este lugar.
—¿Así que es mi culpa? —pregunte con sarcasmo.
Lucía rodó los ojos mientras acomodaba la camilla. —Estar acostado en algo asi no me es normal, —le dije mientras me hundia un poco más en la cama.
—¿Dormías sobre rocas o qué? —preguntó soltando una sonrisa, sin dejar de ajustar los cables del suero.
—No, pero tampoco sobre nubes, —respondí con un gruñido, cerrando los ojos un segundo mientras el cuerpo me gritaba por cada respiro.
—Eres todo sarcasmo, ¿eh? —dijo alzando una ceja. —Pero no te hagas el duro, te estoy viendo temblar solo con mover un dedo.
—No es por debilidad, —le dije, abriendo los ojos para mirarla. —Es que estoy vivo. Y vivir... duele.
Lucía me quedó viendo un momento, sin decir nada. No por incomodidad, creo. Más bien por curiosidad. Como si estuviera tratando de leer algo más allá de mis palabras. Buena suerte con eso.
—Mercenario solitario... —repitió en voz baja, pensativa. —¿Qué tipo de trabajos haces?
—Los que nadie quiere, los que se pagan mejor, y los que probablemente me maten, —respondí sin rodeos.
Ella se quedó en silencio unos segundos antes de decir:
—Entonces lo que dijiste antes... ¿es cierto? ¿Que esto no es lo peor que has vivido?
Solté una risa ronca y amarga.
—Lucía... estas son unas vacaciones con desayuno incluido comparado con lo que viví antes de cumplir once años.
No lo dije para que me tuviera lástima. Lo dije porque a veces la verdad es como el alcohol en las heridas. Arde, pero limpia.
Lucía se quedó en silencio después de lo que dije, tal vez esperando que continuara.
Pero yo ya había hablado más de la cuenta.
Me limité a mirar el techo, sintiendo cómo el dolor se asentaba en cada centímetro de mi cuerpo como un huésped molesto que se negaba a irse.
—¿Y quién te entrenó? —preguntó de pronto, con esa voz suave que usaba cuando quería obtener respuestas sin sonar como un interrogatorio. —Digo... si sobreviviste a todo eso tan joven, alguien debió enseñarte.
La miré. No porque me molestara la pregunta. Sino porque era buena. Demasiado buena.
—Me encontraron cuando tenía diez, —dije finalmente. —Secuestrado, en manos de gente que se dedicaba a traficar niños. Estaba... mal.
Lucía tragó saliva. No respondió.
—Unos tipos me sacaron de ahí, —continué, mirando hacia el costado. —No sé si eran soldados, agentes o fantasmas con entrenamiento militar, pero me tomaron bajo su ala. Me entrenaron por dos años, me enseñaron a defenderme, a sobrevivir.
—¿Y luego? —preguntó con cuidado.
—Luego... me dejaron ir, —dije encogiéndome de hombros lo mejor que pude. —No fue abandono. Fue decisión mutua. Ellos me dieron las herramientas, yo decidí usarlas a mi manera. Desde entonces trabajo solo.
Mentira. Pero bien dicha.
Lucía se cruzó de brazos, mirándome de reojo. —¿Nunca los buscaste después?
Sonreí, cansado.
—¿Para qué? No soy de los que mandan postales de navidad.
Ella soltó una risa muy suave, como si no supiera si reír o preocuparse.
—¿Y no tienes a nadie? —insistió. —¿Ningún compañero, amigo... familia?"
Respiré hondo, cerrando los ojos un momento. El dolor de las costillas me recordaba que estaba vivo, pero había otras heridas que no se podían vendar.
—Ocho años, —murmuré.
—Han pasado ocho años desde que me arrancaron de mi vida. Desde que dejé de ser... quien fuera que era.
Lucía dejó de moverse. Me observaba, callada.
—Sé que soy de Estados Unidos. Eso lo recuerdo. Pero nada más. No sé de qué parte. No recuerdo si tenía hermanos, si vivía con mi madre o mi padre... o con ambos, o con nadie. No sé si tenía una familia grande o si solo era yo y alguien más...—. Tragué saliva, sintiendo un hueco amargo en el pecho.
—No lo sé.
Ella apretó los labios, como si quisiera decir algo, pero no supiera cómo hacerlo sin que doliera más.
—Y nunca se me ocurrió volver, —añadí después de un largo silencio.
—¿Volver a dónde? No tengo una dirección. Un nombre. Ni una puta pista. A estas alturas... ni siquiera sé si hay alguien que me esté esperando.
Lucía bajó la mirada, con la expresión de quien acaba de escuchar algo que no se enseña en los libros de medicina. Algo que no se cura con medicamentos.
—Tal vez... podrías buscar, —dijo en voz baja.
—Podrías intentarlo.
Negué suavemente con la cabeza, sintiendo las vendas tirar un poco del pecho.
—No soy alguien que regresa. Soy alguien que avanza. Aunque sea solo.
La habitación se llenó de un silencio pesado, pero no incómodo. Era de esos silencios que entienden, que abrazan sin tocar.
Lucía no volvió a insistir. Solo se levantó, revisó el suero conectado a mi brazo y, antes de salir, me dijo sin mirarme:
—Si algún día decides buscar... espero que encuentres algo. O a alguien.
Y luego se fue, dejándome con el zumbido tenue del monitor y el crujido de la tormenta que se gestaba afuera.
Una semana y media.
Eso es lo que ha pasado desde aquel día. Desde la emboscada. Desde la explosión. Desde que todo se volvió un infierno blanco y rojo, una sinfonía de caos y silencio.
Una semana y media desde que desaparecí del mapa.
A estas alturas, V.I.D.A. ya debió haberme dado por muerto... o perdido en acción. Conociendo su protocolo, ya habrán activado el Código Violeta: ocultamiento de todo rastro, sellado de archivos, bloqueo de mis registros y cualquier conexión conmigo. Como si nunca hubiera existido.
Y en parte, eso era lo que se esperaba de nosotros. Éramos sombras. Se nos entrena para morir sin dejar huella. Y si sobrevivimos, lo hacemos sabiendo que no hay nadie que venga por nosotros.
Cerré los ojos, el dolor en mi cuerpo era constante, pero no tan agudo como el pensamiento que me mordía por dentro: ¿realmente me habían dejado atrás?
No, me corregí. No es que me dejaran. Era parte del trato. Si caías, era tu responsabilidad volver. Si sobrevivías, era porque merecías seguir respirando.
Lucía no volvió en toda la noche. No la culpaba. La mayoría de la gente no sabe qué hacer con un hombre que ya no cree tener raíces.
El techo era monótono, pero mis pensamientos no.
Me pregunté si Hexa había sido quien activó el código. Si Cherry había dicho algo. Si Moonshade... no, Selene, la jefa, había sentido siquiera un segundo de duda al reportarme como perdido.
No lo sabré. No aún. Tal vez nunca.
Respiré profundo, aunque me dolió el costado.
—Vivo —murmuré solo para mí. Una afirmación. Una promesa. Una maldición.
Porque vivir significa que, eventualmente... tendré que elegir entre seguir siendo un fantasma o regresar a ser humano.
Y no estoy seguro de cuál duele más.